Cambio climático, energía y género: una crisis que puede devenir en oportunidad

El impacto del cambio climático afecta al mundo entero y, por tanto, constituye un desafío global. Sin embargo, los efectos adversos – que se evidencian en cambios meteorológicos como tormentas, sequías, inundaciones, incendios, deslizamiento de tierras, o la disponibilidad de acceso a la energía- inciden de manera diferenciada en la población de cada país y de cada región.

Las sociedades más vulnerables tienen menor capacidad de enfrentar los impactos negativos del cambio climático. Las poblaciones urbanas de menores recursos están más expuestas, resultado de vivir en asentamientos, sobre tierras que son inseguras, con materiales más precarios y en ecosistemas sin capacidad de aminorar los cambios de temperaturas extremas.

Esta vulnerabilidad se incrementa si se analiza desde una perspectiva de género. Una de las razones es el alto porcentaje de mujeres que viven en condiciones de extrema pobreza. En la Argentina, según el Informe de Políticas Públicas y Paridad de Género de la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género, las mujeres enfrentan mayores niveles de desempleo y de precarización laboral que los varones, siendo la brecha de ingresos del 27,7% y alcanza al 36,8% si son trabajos informales. Estas diferencias se ven reforzadas por una asimétrica distribución de las tareas domésticas y de cuidados no remunerados: las mujeres dedican 3 veces más de tiempo a estas labores que los varones. El resultado de las desigualdades es la feminización de la pobreza: las mujeres están sobrerrepresentadas en el decil de ingresos más bajos (69%).

Algo similar sucede si se aborda el concepto de pobreza energética. Un hogar se encuentra en condiciones de pobreza energética cuando no dispone de energía suficiente para cubrir las necesidades fundamentales, como acceso al agua, calefacción y refrigeración de los ambientes en condiciones mínimas, agua caliente sanitaria, iluminación, y los artefactos mínimos para las tareas domésticas, entre otros. La recolección y/o compra de leña o combustible líquido para cocinar y calefaccionar la vivienda, el lavado manual de ropa, la recolección de agua, entre otras actividades domésticas, recaen fuertemente sobre las mujeres. De esa manera, la pobreza energética vuelve a retroalimentar la feminización de la pobreza al incrementar el tiempo que las mujeres dedican a actividades domésticas y de cuidados no remuneradas.

La crisis económica, social y política que desencadenó la pandemia del COVID no hizo más que exacerbar la inequidad de género en todos los niveles. Las tareas domésticas y el cuidado de los niños han terminado, principalmente, a cargo de las mujeres. Y, la consecuencia, ha sido, en algunos casos, la excesiva carga de trabajo (remunerado y no remunerado); o bien, la inevitable pérdida del empleo, debido a la imposibilidad de compatibilizar ambas obligaciones. En consecuencia, se intensifica la pobreza energética y se amplía la brecha de género.

El contexto actual invita a pensar en la política pos pandemia. Tenemos una oportunidad para plantear un escenario diferente al que estuvo vigente hasta el momento. Por un lado, debería implementarse un plan de acción de mediano y largo plazo frente al cambio climático. En cuanto a las medidas de mitigación del cambio climático, destinadas a evitar el aumento de emisiones, deberían focalizarse en las poblaciones de menores recursos, incluyendo prácticas de eficiencia energética, instalación de calefones solares y generación de energía renovable. Las medidas de adaptación, que tienen el objeto de reducir los efectos negativos del cambio climático sobre la sociedad y el ambiente, deberían contemplar un ordenamiento ecológico territorial y una planificación urbana con vegetación que aminore los efectos de las temperaturas de las edificaciones, la descentralización de las actividades, mejorar el acceso a la energía e implementar códigos de construcción sustentables, entre otros.

Por otro lado, si bien estas medidas contribuyen a la disminución de la pobreza energética, para hacer frente a la problemática en su conjunto, debe incorporarse la perspectiva de género. Reconstruir el mercado laboral, con nuevas reglas que impulsen la equidad de género, motiven la mayor participación de mujeres en la economía, en espacios de decisión y la puesta en marcha de reglas que protejan a las mujeres de la maldita dicotomía entre trabajo y familia, puede ser el comienzo para impulsar, simultáneamente, una disminución en la pobreza y una mayor equidad de género.

La implementación de medidas de mitigación y adaptación al cambio climático, con perspectiva de género, puede constituir el establecimiento de un nuevo paradigma para tener una sociedad más equitativa y más justa y que, al mismo tiempo, contribuya a lograr una transición energética sustentable.

*Por Florencia Balestro y Evelin Goldstein para la revista de la Fundación Urbe

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