El momento de la economía colaborativa

Si recurriéramos a hechos socio-económicos durante los cuales se replantearon las condiciones de vida y supervivencia, podríamos decir que el código de Hammurabi tenía entre sus recomendaciones la protección de los esclavos y los monasterios medievales promovían la sostenibilidad ecológica.

Para citar otro ejemplo, el origen del seguro es en verdad solidario, pues se trata de una mutualidad de riesgos que se remonta a las antiguas civilizaciones griega, romana, babilonios e hindúes; las personas vivían en pequeños grupos recolectaban fondos que luego distribuían en caso de infortunio para que ninguna familia quedara excluida social y económicamente, es decir, aprendían así a soportar y hacer frente a las consecuencias de las desgracias a las que se encontraban expuestos constantemente pero de manera colaborativa.

Pero con el advenimiento de la Revolución Industrial, las nuevas condiciones de vida deplorables que debieron atravesar los trabajadores quedaron expuestas y se volvió al debate, suscitando la aparición de experiencias empresariales de parte de los socialistas utópicos (Robert Owen en Inglaterra, y Henri de Saint-Simon, Charles Fourier y Étienne Cabet en Francia), el comienzo del movimiento cooperativista (pioneros de Rochdale) y la aparición de un paternalismo material, político y moral a cargo de empresarios-patronos que se extendió hasta mediados del siglo XX.

Y hoy, nuevamente, el mundo se encuentra ante una disrupción que no ha sido tecnológica, ni económica, sino que es humana; con un replanteo de su sentido, del modelo de vida, ya no post segunda guerra mundial, sino post inicio del covid (pues no ha culminado). Aquí es donde aparece el concepto también de Economía Colaborativa, como contribuyente a la conciencia colectiva de que las formas de vivir del contexto son mejorables (como lo hizo el cooperativismo emergiendo en pleno corazón de la Revolución Industrial en 1844).

Pero el origen del concepto de Economía Colaborativa es reciente, en torno a 2010, si se ciñe a la aparición masiva del término en medios de comunicación y revistas económicas, coincidiendo ese mismo año con la publicación del libro «Lo que es tuyo es mío: cómo el consumo colaborativo está cambiando el mundo (What´s Mine is Yours: How collaborative consumption is changing the world) de Rachel Botsman y Roo Rogers. Sin embargo, sus primeros pasos se remontan a finales del milenio, con empresas pioneras como eBay (1995), Couchsurfing -en el sector de alojamiento gratuito-, y Zipcar en el alquiler por horas de coches en entornos muy próximos, ambas constituidas en 1999.

Pero las primeras Economías Colaborativas hacen referencia precisamente a las sociedades cazadoras y recolectoras de la prehistoria hasta la industria textil horizontal de la Inglaterra anterior a la Revolución Industrial, pasando por las cooperativas de trabajadores de Robert Owen.

Fue sin embargo, tras el crack económico de 2008 cuando irrumpe con fuerza la economía colaborativa, en un terreno abonado por una profunda desconfianza social ante el actual sistema económico, el desarrollo masivo de internet y las redes sociales y el liderazgo de emprendedores tecnológicos catapultados con la creación de startups de acción global, la creciente capacidad informática para el procesamiento de datos, la capacidad de geolocalización de los teléfonos móviles y el impulso del capital financiero global atento a las promesas de crecimiento.

Así, esta economía se basa en los modelos P2P (Peer to Peer), es decir, transacción entre personas, a diferencia del B2B (modelo de relaciones comerciales entre empresas) o el clásico B2C (entre empresas y consumidores), este es el pasaje de una economía de posesión a una de colaboración, de acceso.

Botsman además define tres ideas centrales en la economía colaborativa: distribución del poder, fuerzas de cambio disruptivas y utilización eficiente e innovadora de los recursos. La distribución del poder consiste en el paso del poder desde instituciones centralizadas hasta redes de individuos y comunidades en las que se confía y posibilitan acceder a bienes y servicios. Las fuerzas de cambio disruptivas son la innovación tecnológica producida en los dispositivos móviles, el cambio de valores que supone el replanteamiento de la propiedad, de la riqueza y el significado de compartir en la era digital, junto a las presiones medioambientales necesarias para un mejor uso de recursos finitos.

Por último, figura la utilización eficiente e innovadora de los recursos infrautilizados u ociosos, amplificada por las nuevas tecnologías. A su vez, para su materialización existen dos elementos clave: cambio en el paradigma del consumo, dejando atrás el fin de la propiedad por el uso temporal, liberando la capacidad de utilización de bienes que no están siendo utilizados en el momento; y, la confianza entre los usuarios de la plataforma.

Pero es preciso no confundir Economía Colaborativa con Economía bajo demanda (on demand). Existen plataformas de economía colaborativa que funcionan bajo demanda , pero no todas las plataformas de economía bajo demanda son colaborativas. Y precisamente, los mayores riesgos de la Economía Colaborativa vienen asociados a su materialización cuando se trata de plataformas, por la forma de contratación de la fuerza laboral que desarrollan las mismas y su consideración de los trabajadores.

Pero otro riesgo radica en la protección ya no de los trabajadores sino de los consumidores. Las empresas de la Economía Colaborativa afirman que sus sofisticadas plataformas recogen las opiniones de los usuarios y pueden aportar gran parte del control necesario para proteger el bienestar público, pero por tomar un ejemplo, como pasajero de una empresa de autos compartidos, puede publicar la valoración de la limpieza del móvil y hasta las habilidades sociales del conductor, pero no conoce el historial de siniestralidad a largo plazo del conductor, ni la integridad estructural del auto ni qué póliza de seguro lo cubriría en caso de sufrir alguna lesión.

Llevada al extremo, la Economía Colaborativa puede distorsionar gravemente la lógica institucional sobre la que se han construido las políticas reguladoras. Lo cierto es que hoy la inversión realizada en empresas de la Economía Colaborativa, mundialmente, asciende a millones de dólares, y no abarca sólo experiencias de grandes unicornios que irrumpen disruptivamente en la bolsa de valores y se hacen conocidos en todo el globo terraqueo rápidamente, también existen pequeñas experiencias de emprendedores y emprendedoras que están teniendo un fuerte impacto social.

Por Belén Gomez. Publicado originalmente para BAE Negocios.

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