«La brecha de los cuidados es la contracara de la brecha salarial», afirmó Lucía Cirmi Obón, directora nacional de Políticas de Cuidados del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad.
Replantearse algunos estereotipos y mandatos productos de la construcción social es un trabajo diario, sobre todo, cuando una vez más nos enfrentamos a un año electoral en el cual se disputan (al menos) dos modelos antagónicos de país.
Las mujeres ocupamos un rol secundario en el mercado de trabajo porque representamos solamente el 43,9% de la tasa de empleo frente al 62% que ocupan los varones. Este indicador cambia dependiendo del territorio al que nos estemos refiriendo. La Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Mendoza y San Luis registran valores superiores a la media, mientras que las provincias del norte, así como también algunas de la Patagonia, registran números preocupantemente inferiores. Identificar estas diferencias permitirá organizarnos para impulsar medidas que trasciendan la extensión de las ciudades centrales.
Las inequidades de género en materia económica no se manifiestan únicamente en la posibilidad de acceso al mercado laboral sino también en los tipos de trabajo a los que podemos acceder las mujeres y a las posiciones jerárquicas que logramos alcanzar.
Para distinguir analíticamente estos fenómenos utilizamos los conceptos de diferenciación de carácter vertical y horizontal. Tanto el acceso al trabajo como el ascenso laboral son formas de segregación que contribuyen a explicar las desigualdades que se manifiestan en el tipo y en la calidad del empleo.
Un dato del segundo semestre de 2021 presentado por el Ministerio de Desarrollo Productivo indicó que ocupamos el 31,7% de las posiciones entre gerencias y jefaturas. En el conjunto de la economía argentina, el ingreso percibido por nuestro trabajo es un 29% menor que el ingreso percibido por los varones. Si bien la brecha salarial horaria existe, hay un mecanismo más perverso que permite que esta injusticia se perpetúe en las sombras. Esta inequidad responde a la desigual distribución de los tiempos de trabajo remunerado y no remunerado entre las feminidades y las masculinidades.
El mercado laboral registrado expone que las mujeres trabajamos un 22% menos de horas que los varones, lo cual explica casi por completo la diferencia de ingresos. Si nos basamos en el valor hora del trabajo, la brecha salarial sería considerablemente menor, reduciéndose a una diferencia de 2 puntos porcentuales. Sumado a esto, existe una disparidad en el nivel educativo alcanzado y/o requerido para acceder a un trabajo. Mientras que el 46% de las mujeres tenemos estudios superiores, el número desciende al 30% en el caso de los varones. En este sentido, es importante hablar de la negación que recibimos las feminidades de parte de los ámbitos sociales, lo cual se ve fortalecido por el listado de exigencias y de mandatos que se nos demanda cumplir.
Esta problemática está íntimamente relacionada con la división dispar del trabajo no remunerado según el género. De acuerdo con informes públicos, se calcula que el promedio de horas que los varones dedican a las tareas de cuidado es de 9,6 por semana, independientemente del poder adquisitivo que tengan, mientras que las mujeres dedican entre 15,2 y 22,9 horas promedio según su estatus social. Aquí se puede advertir una doble desigualdad. Por un lado, la notoria brecha en las horas dedicadas al trabajo no pago; por el otro, el hecho de que los hogares más vulnerados son aquellos en los que las mujeres dedican más horas al trabajo no reconocido. Esta doble desigualdad amplía brechas financieras y fomenta que las mujeres que sufren violencias intrafamiliares queden imposibilitadas económicamente para retirarse.
A pesar de los esfuerzos que realizan a diario los organismos públicos que se ocupan de promover políticas de equidad, los esfuerzos parecerían no alcanzar. Las brechas de género que permiten la perpetuación de las violencias, la desigualdad en la autonomía económica y la negación al pleno desarrollo personal y social de las mujeres y disidencias sexuales continúan siendo considerables.
Se torna cada vez más imprescindible la implementación de políticas que permitan mermar este conjunto de injusticias.
El cambio cultural debe contemplar varias aristas. Es necesaria una diversidad de políticas que brinden servicios para que la responsabilidad de los cuidados no recaiga exclusivamente en mujeres, lesbianas, travestis y trans. Reconocer y nombrar los fundamentos de la desigualdad que están naturalizados es el primer paso para desarrollar herramientas de acción acordes con el diagnóstico construido en 2020, cuando eb el marco de la pandemia se puso de manifiesto la importancia de las tareas de cuidado.
Este último punto no podemos pensarlo escindido del crecimiento de la economía: la creación de puestos de trabajo de calidad, la distribución de la riqueza y la construcción de jardines maternales públicos que le permitan a las mujeres dejar a sus ninxs en espacios seguros para poder ir a trabajar son algunas de las tantas cosas necesarias para ganar algunos casilleros en pos de la igualdad.
Pensar los feminismos por fuera de la feminización de la pobreza tiene poco sentido, ya que las mujeres son las primeras y más afectadas por las políticas liberales que cercenan derechos. Son la que ponen el cuerpo en los armados de ollas populares para darle de comer a lxs pibxs en los barrios, construyen merenderos o brindan apoyo escolar como refugio de la desidia.
Durante el gobierno de Mauricio Macri, el PBI cayó en tres de los cuatro años de gestión (2016, 2018 y 2019). Esto fue el resultado de un modelo económico con políticas concretas que socavaron las bases y los motores que ponen en marcha la producción y el empleo. Este fenómeno provocó la pérdida de poder adquisitivo de los ingresos y deterioró la calidad de vida de la población, al tiempo que aumentó el endeudamiento de las familias, particularmente de las mujeres, las cuales ocupan el mayor porcentaje de pobreza y son quienes más se hacen cargo de sus ninxs o ancianxs. Un informe realizado por la provincia de Buenos Aires durante 2022 indicó que el 50% de los padres separados no paga la cuota alimentaria.
Concretamente, los monoparentales representan el 27% de los hogares con menores, pero si acercamos la lupa se observa el dato más relevante en términos de feminización de la pobreza: del total de hogares pobres con menores a cargo, el 60% tiene jefatura femenina.
Por Laura Testa. Publicado originalmente para BAE Negocios