El Indec publicó hace pocos días los nuevos índices de pobreza, reflejando una disminución con respecto al semestre anterior, pasando de 37,4% a 36,5%. Ese punto de diferencia, aunque parezca «muy poco», representa a casi medio millón de personas.
Sin embargo, este dato encubre algo sumamente peligroso. Al mismo tiempo en que la pobreza disminuyó, la indigencia aumentó 0,6 punto. Casi 100.000 personas nuevas que no llegan siquiera a cubrir la canasta básica de alimentos.
¿Cuál es el motivo de que, a pesar de que la economía crezca y de que la industria aumente durante 36 meses consecutivos, incluso por encima de los índices previos a la pandemia y superando los valores del gobierno anterior, esto no se vea reflejado en los sectores más postergados?
Me inclino a pensar que el principal motivo de esta situación es la poca redistribución de la riqueza, producto de un nivel de acumulación de ganancia desmedido en torno del contexto económico que nos atraviesa. Esto es, la concentración en pocas manos y cada vez menos para el resto. Un resto sin cara, nombre ni historia.
Los precios generales de la economía ya llevan, en lo que va del año, aumentos del 56,4%. Sin embargo, si nos adentramos en este valor y analizamos por segmento vemos que la vestimenta y el calzado aumentó 15 puntos por encima del mismo, mientras que los alimentos lo hicieron 2,5 puntos. Ni hablar de restaurantes y hoteles, que quedó cerca de los 10 puntos por arriba. Estos números expresan que hay un desorden de parámetros general, que en parte se explica por el aumento de los precios de los commodities y en parte por la falta de dólares. Pero es importante ubicar qué rol ocupa en este malestar la especulación de las grandes empresas, las cuales corren sistemáticamente su margen de ganancia sin importar cuán perjudicial puede ser eso para el país y la sociedad en su conjunto.
Por lo pronto deberíamos comprender que, si el Estado auspició como garante de la enorme mayoría durante todo el período del 2020 evitando las quiebras, pagando los salarios de sus trabajadores y luego generando beneficios que siguieran activando la economía (como lo es el Previaje), la responsabilidad debería ser compartida.
La ganancia agregada de las empresas ha crecido mucho en el último tiempo y sobre todo ha crecido su participación en el ingreso total. Esto quiere decir que los ingresos de las empresas tienen un porcentaje mayor en la totalidad de la riqueza y, en consecuencia, los ingresos de los trabajadores ocupan un lugar menor. Estamos muy lejos del famoso fifty-fifty de Perón.
En muchos sectores de la sociedad representados por ciertos partidos políticos subyace la idea de que la desigualdad combate la pobreza. Esto sería, hay que concentrar la riqueza en pocas personas para que se genere un efecto derrame. Los ricos van a ser cada vez más ricos y los trabajadores se encontrarán cada vez más alejados de ellos, pero, sin embargo, «dejarán de ser pobres». No parece haber algún caso en la historia en donde esta teoría se haya comprobado. Por el contrario, la realidad nos señala que entre más concentrada es una economía más gente queda por fuera del sistema.
Los gobiernos o los dirigentes que se inclinan por combatir la pobreza mediante métodos de distribución parecerían socializadores de la miseria; pero, ¿cuál es el problema de esto? ¿Acaso la pobreza no es un problema de todos y de todas? ¿Por qué no colectivizar mediante herramientas de orden público?
Como mencioné anteriormente, el crecimiento de la economía no genera necesariamente distribución. Las relaciones de poder no son equitativas per se y el rol del Estado es justamente intervenir en esas relaciones. Un comerciante que tiene un bar desde 1994, a quien mantendré en el anonimato, me contaba que una marca conocida de cerveza le aumentó los precios casi un 20%, sin previo aviso, de una semana para otra. Esa relación de indefensión en la que el comerciante se encuentra es una consecuencia del rol que no está ocupando el Estado.
Hace más de un año que todo el dinero que ingresa al mercado pasa a engrosar los beneficios de las empresas dominantes vía aumentos de precios. Cabe cuestionarnos por qué se produce este fenómeno si las empresas no han llegado al límite de su capacidad instalada. ¿Por qué ese aumento de demanda, en vez de traducirse en un incremento de la oferta, se traduce en una suba de precios? ¿Cuál es la meritocracia cuando se gana más como consecuencia del enorme esfuerzo del Estado y los trabajadores y no por el aumento de la productividad ni de la inversión?
Los salarios han perdido más de 20 puntos desde 2015, pero no alcanzó con eso, hay un castigo y un adoctrinamiento a través del aumento de los precios de los alimentos, sobre todo para los más pobres, que son quienes destinan casi la integridad de sus ingresos en comida.
El funcionamiento de una sociedad se basa en ciertas reglas que son claras para el conjunto de la población. Una obvia podría ser que alguien no debería ser pobre si consigue un trabajo registrado de tiempo completo, pero eso ya sabemos que se perdió. Ahora bien, con esta falta de garantías se desconfiguran la estructura social y el orden del ser humano. El deseo nos hace humanos, nos corre de la mera reproducción biológica, de la mera reproducción de la fuerza de trabajo. ¿Qué somos sin deseo?
Sería interesante reflexionar el sentido de la democracia si no hay redistribución de la riqueza. Es una cuestión vital de la democracia y de los derechos humanos garantizar el derecho a la vida, pero también una vida de disfrute. Ahora, si la vida y la democracia se encuentran amenazadas con el ataque a la vicepresidenta, semejante atrocidad nos hace retroceder en cuanto a lo que se puede cuestionar y lo que no y nos hace creer ilusamente que hay ciertos poderes que son intocables.
¿Acaso no es sumamente poderoso el apoyo de un pueblo y la ilusión de crecimiento? ¿No fue suficiente el apoyo de las enormes mayorías? ¿Cuál es la fuerza que se necesita para combatir a los mezquinos?
Construir un capitalismo nacional que genere las alternativas necesarias para reinstalar la movilidad social ascendente. Donde los grandes ganadores deberían ser los más postergados: los trabajadores que no llegan a fin de mes, los chicos que no van a la escuela, el comerciante que cerró el negocio por no poder afrontar los costos y todos aquellos a los que, producto de la avaricia, se le quitaron los sueños.
Por Laura Testa. Publicado originalmente para BAE Negocios