Inflación, salarios, dólar y precios, la carrera sin fin en una economía estresada

Si devaluamos, los precios suben. Cuando los precios suben, el tipo de cambio vuelve a quedar atrasado y obliga a devaluar. En esta rueda sin fin estamos viviendo en Argentina hace años frente a la escasez de dólares y la falta de resoluciones sobre temas más complejos que se inician en la estructura de producción y en el tipo de regulaciones de nuestra economía.

Este círculo es fundamental en la decisión de dejar aumentar el tipo de cambio o sostenerlo en los niveles actuales. ¿De qué sirve dejarlo subir si los precios se irán tras él y nuevamente quedará atrasado provocando un embrollo mayor?

En las decisiones de política económica que se tomen en este momento, contener la inflación es una prioridad. El efecto devastador de la cuarentena sobre la economía profundizó tanto el malestar social que fogonearlo con nuevos conflictos de precios no sería una buena decisión.

La inflación actual es excesiva. El año pasado superó el 50% y para 2020 la población viene tolerando subas de entre 2% y 3% mensuales que darían un anualizado de entre 31% y 34%. Hasta ahí suficiente. Porque si bien esas tasas son menores a las del año pasado, la situación cambió radicalmente: crecieron las deudas, el desempleo, la pobreza, cayeron los ingresos y se redujo el humor social.

Vínculos

Sabemos que las subas de precios son regresivas, porque golpean más sobre los sectores con menor capacidad de ajustarse a esa dinámica. Pero el problema de la inflación trasciende las fronteras económicas: desencadena una sucesión de conflictos que impactan negativamente en el equilibrio social.

Si existiera un indicador de cuántos enojos se generaron alrededor de los ajustes de precios desde 2002, serían incontables. Si hiciéramos un recuento de cuántas veces nos disgustamos con algún conocido o empresario porque aumentó sus precios, seguramente serían muchísimas. O si memorizáramos cuántos cambios debieron realizar las familias en sus patrones de consumo para compensar las subas, la lista de incomodidades sería larguísima. Lo mismo con las empresas: los costos de tiempo y dinero que desencadena estar actualizando las plantillas de precios permanentemente o comunicándole a sus clientes los nuevos aumentos.

La inflación altera las relaciones entre los ciudadanos. Alienta disputas entre locatarios y locadores, donde pueden quedar afectadas relaciones vinculares (es habitual que locatarios y locadores sean familiares o conocidos) o entre empresarios y clientes cuando se pautan precios y los costos crecieron. Genera situaciones incómodas, como el médico que debe comunicar a su paciente que aumenta la tarifa, la familia que no puede pagar el colegio de sus hijos, el adulto que no puede afrontar la medicina prepaga pero por su edad otras empresas no aceptan su incorporación, las disputas por las cuotas alimentarias de las familias separadas o no poder planificar un consumo o una inversión.

Si bien el debate mas común cuando hablamos de inflación es sobre sus consecuencias, estos años fue quedando visible cómo rompió la armonía de muchas relaciones, comerciales y no comerciales. No es extraño que eso suceda ya que la inflación desata la mayor batalla: la pelea por la distribución del ingreso en una economía donde el 41% de la población es pobre y el 80% hoy dice tener problemas de ingresos.

En 2019, según el Ministerio de Trabajo, cerca de 1,1 millón de trabajadores participó en huelgas por reclamos salariales. Mucho. Este año esos conflictos están contenidos, por ahora, en una economía que no termina de normalizarse. Pero si los precios se dispararan por encima de las tasas actuales, el estrés social podría ser demasiado pesado de tolerar y desencadenar consecuencias peores. Por eso, aunque sostener el tipo de cambio tiene costos, es mejor opción a dejarlo disparar y arrastrar los precios generales de la economía en esa escalada. Eso sí, sabiendo que estamos poniendo una moto en un gancho de bicicleta. Colgala un ratito, pero buscale rápido otra ubicación porque no va a resistir el peso.

Si la salud era el temor principal en los primeros meses de la cuarentena, hoy ese tema paso a segundo plano frente a los efectos de la economía. La gente ya no mira los números de contagiados y fallecidos sino que se prepara para la posibilidad de que le toque, porque el aumento de precios desencadena una relación que siempre se cumple en Argentina: cada vez que se devalúa el tipo de cambio, los precios suben. Ese vínculo casi automático, que tiene su explicación teórica detrás, es fundamental cuando se toman decisiones sobre qué hacer con el tipo de cambio.

Por Victoria Giarrizzo. Publicado originalmente para BAE Negocios

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