El pasado viernes Cristina Fernández dio uno de sus discursos más ricos en análisis, marcando cuestiones de fondo y un diagnóstico crítico de la política económica del gobierno. Las acusaciones –todas ellas sin nombres propios– fueron respondidas el día lunes por los funcionarios más oficialistas del gobierno: el propio presidente, Matías Kulfas y Martín Guzmán, que cuestionó la política de 2015 “hubo una pérdida muy fuerte de reservas”.
Durante los tres mandatos kirchneristas hubo acumulación de reservas (2003-2008), estancamiento o estabilidad de las mismas (2008-2011) y pérdida (2011-2015). El árbol no debería taparnos el bosque aunque es verdad que la gestión de las reservas allí cuando era importante (es decir cuando faltaban) tuvo sus fallas en aquel entonces, como ahora. La acumulación provino del virtuoso ciclo de aumento del precio internacional de las commodities agrarias que se interrumpió en 2012. Por entonces, un pronunciado déficit en la balanza energética y de servicios complicaba aún más el escenerio. Las importaciones de bienes eran administradas con licencias no automáticas, el giro de utilidades y dividendos se había prohíbido, la compra de divisas para atesorar comienza a ser administrada e innumerables normativas sancionaban al turismo emisivo con poco éxito.
Nacía el cepo, defectuoso, claro, pero con una incuestionable razón de ser. Que lo justifica hasta hoy día.
La acumulación de reservas en 2022 está fallando, indicó Cristina asertiva: se ha optado por un “modelo de producción y exportación con bajos salarios” pero no tenemos los dólares en el Banco Central. Muchos economistas heterodoxos la avalan indicando que hay mejores restricciones a la compra de dólares para ahorro, regulaciones a la cuenta capital, que también el acceso a las divisas para grandes empresas que quieren cancelar deuda está racionado y algunas importaciones (especialmente en los últimos meses) son monitoreadas; pero aún así y con superávit comercial récord en 2020 y 2021 no pudimos acumular reservas. Quizás una respuesta contundente a esa crítica sea que cediendo divisas se pudo evitar una devaluación brusca. En 2014 hubo un salto cambiario (12% mensual) y, sin cepo, durante la gestión de Cambiemos hubo varios (superiores al 20% mensual) pero desde 2019 a la fecha el tipo de cambio oficial fue menos volátil.
Fallas en la administración de reservas en un país bimonetario quizás haya siempre, pero es respecto de la administración del tipo de cambio donde suelen aparecer diferencias más claras entre ambos lados de la heterodoxia peronista. La política actual de bajos salarios en dólares y “crawling-peg” (es decir que precio del dólar se mueva en línea con la inflación) fue criticada por la vicepresidenta. Sin embargo, mantener salarios altos en dólares mediante una apreciación cambiaria sostenida como la experimentada en la segunda mitad del kirchnerismo no parece ser una política consistente en el mediano plazo; al menos dados los niveles conocidos de reservas y exportaciones. Es decir, al final terminás devaluando. Es muy fina esta discusión sobre el nivel deseado del tipo de cambio, y a esto se suma que tenemos múltiples tipos de cambio en Argentina.
Por último respecto de la política salarial en pesos, el fenómeno inusitado del trabajador en relación de dependencia pobre en Argentina fue señalado por Cristina y el gobierno debe centrar aquí su atención. Evolución de salarios versus índice de precios. Durante el kirchnerismo el salario real del sector registrado creció en algunos años asombrosamente: 12 puntos en 2005 y 2006 y 9 puntos en 2011 y 2012. Cifras envidiables para los modestos 2,5 puntos recuperados en el 2021 postpandémico, pero es verdad también que la situación es hoy más apremiante. Por un lado porque los salarios formales perdieron 30 puntos entre 2016 y 2019 y por el otro porque la inflación no cesa. El gobierno del Frente de Todos sin dudas debe centrar sus esfuerzos en evitar que la inflación carcoma los ingresos de la población.
La batalla contra la inflación no la ha ganado ningún gobierno en nuestro país pero el perjuicio de daños sí fue marcadamente distinto.
Por Mara Pedrazzoli. Publicado originalmente para BAE Negocios Edición Impresa.